Adolescentes A Principios De Los 2000: La Juventud Peor Vestida De La Historia

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Lo digo muy en serio, creo que nunca ha habido otra época en la que la juventud haya vestido tan jodidamente mal. Ni los 80 ni los 90 llegaron al nivel de decadencia estilística que nos marcamos a principios de los 2000. Aquella etapa en la que fueras del rollito que fueras siempre parecías un poco bakala; en la que la ropa interior siempre estaba a la vista pero si se te veía el calzado porque las campanas no eran suficientemente anchas eras una pringada. Fue una época contradictoria, horriblemente bella, en la que todos nos paseábamos como esperpentos por la calle pensando que molábamos infinito.

Pantalones de campana a rastras, colores muy locos y minifaldas cinturón

Y arrastrando, siempre, recogiendo toda la mierda del suelo. Aunque todas finjamos haberlo olvidado, esto pasó. Todos los pantalones tenían campana, cuanta más campana más molaban, y nos los poníamos por igual góticas y bakalas que las más “normales”. Joder, que se los ponía hasta la Beckham.

Cuanto más estridentes fueran los colores, mejor: naranja butanero, blanco nuclear, amarillo o rosa chicle. Estábamos muy locas. Si llovía nos mojábamos hasta la rodilla, literal. Si en tu pueblo hacía frío, llegabas a clase con el bajo del pantalón congelado.

Si querías darle un punto súper original a tu look podías ponerte una falda encima del pantalón de pata de elefante. ¿Absurdo? Nosotros no conocíamos esa palabra.

Como todo molaba muy bajo de cadera, no solo íbamos siempre con los riñones al aire, sino que las minifaldas eran muy, muy minis. Además, hasta el 2007 aproximadamente no empezaron a llevarse las medias tupidas, así que si salías en invierno de fiesta con una minifalda era siempre con unas medias transparentes y sufriendo peligro de congelación inminente. Podías ponerte calentadores de campana para completar el look, así enseñabas cacha sin renegar de las omnipresentes campanas.

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Enseñar el tanga molaba

A ver, sin sobrarse, pero lucirlo de una forma sutil (sé que eso es imposible, pero entonces así lo creíamos) quedaba muy guay, era el summum de la sensualidad teen.

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Y los gayumbos también

Para localizar al más tonto de la clase (que también solía ser el que quería molar más fuerte) solo teníamos que encontrar al que no solo enseñaba los calzoncillos, si no que llevaba el pantalón POR DEBAJO del culo, literalmente.

Esto sumado al siguiente punto daban una de las escenas más tristemente graciosas de la época.

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La mochila había que llevarla muy baja, jodiéndote bien la espalda

Aunque tuvieras una escoliosis con la columna como un puerto de montaña, eso daba igual, la mochila arriba era de pringaos.

Y ver a la gente correr con los pantalones cayéndose y la mochila rebotándoles en el culo es un espectáculo solo comparable a contemplar los primeros pasos de una jirafa recién nacida.

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Botas de trabajo con plataforma

Que además eran carísimas y pesaban 5 kilos cada una. En serio, yo creo que hasta entonces me daba cuenta de lo feas que eran, pero no lo quería decir, te las ponías y punto, porque era lo que tocaba.

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Flequillos muy jodidos

Había las siguientes modalidades de flequillo (o similares):

1. El falso flequillo: consistía en cogerse todo el pelo de la cabeza cruzándolo por la parte frontal y enganchándolo al otro lado de la cabeza, creando una línea horizontal engominada que hacía que pareciera que su portadora carecía de frente.

2. Flequillo desfilado: el gran hit, la revolución de la peluquería, desfilado y a capas todo molaba más. Eso sí, lo que tu peluquera entendiese por desfilado podía joderte la vida uno o dos meses fácil.

3. Flequillo mazacote: un tocho, un tochazo de pelo, demasiado denso y demasiado largo. El estado de ánimo de estas chicas era siempre una incógnita porque nunca les veías las cejas; las pobres podían estar teniendo la sorpresa de su vida y los demás sin enterarnos de nada.

4. Los mechones sueltos adelante: para las más atrevidas. Con extra de gomina o teñidos de rubio (las clásicas mechas cagada de paloma), siempre dándole un toque glamuroso a esa coleta extra tirante o a la cinta de pelo to’ guapa.

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Las zapatillas anchas

Daba igual Buffalo que Osiris, lo que importaba es que fueran lo más anchas posibles, y si no se les metían unos calcetines hechos bola en la lengüeta, y tirando. Como los pantalones caídos y la mochila culera, las zapatillas anchas no eran en absoluto prácticas si tocaba echar una carrerita. ¿No recodáis esos momentos en los que alguien echaba a correr y perdía una por el camino? Simplemente grandioso.

En el caso de las tías, las zapatillas anchas tenían una labor fundamental. Cuando nuestros maravillosos y carísimos pantalones de campana se habían ido destruyendo por los bajos y nos quedaban cortos (recordemos el momento de ensalzamiento de la amistad en el que tu amiga te pisaba el trozo roto para arrancarlo), con las plataformas pasaban a ser “pantalones para zapatillas” y vivían una segunda vida, alejados de los sábados de ligoteo juvenil.

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Cosas reflectantes

Siempre había alguno que quería ser más guay de la cuenta. Dejaré que la imagen se explique por sí sola.

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Hay muchas más cosas de las que podría hablar: las camisetas del Pimkie, el pelo a lo cenicero, las chaquetas de neopreno… pero este texto ya se me está yendo de las manos. ¿En una segunda parte, quizás?

Fuente: codigonuevo




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